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Romance de la ingenua Catalina
»Los hechos que aquí van a ser relatados tuvieron lugar en la primera mitad del siglo xiv, durante el reinado del gran rey de Castilla Alfonso XI, más conocido en su tiempo como El Onceno. Este personaje por tanto es real, así como su amante, Leonor de Guzmán, o su esposa legítima, María de Portugal. El rey convivió con ambas en su palacio del Alcázar de Sevilla.
1º Parte. El Conde se fue a la Guerra
Aparece Catalina caminando lánguidamente hacia un sillón medieval situado al lado del ventanal. Recita dirigiéndose al público.
CATALINA
Unas palabras señores
desde este suelo extremeño,
Catalina me pusieron,
mi vida yo les enseño.
Casome mi padre el conde
con un infante extremeño,
era de modales rudos
y de cabello trigueño
Era de anchas espaldas
y era ducho en el empeño
y su cuerpo era muy fuerte.
Lo tenía como un leño.
No piensen mal señorías
que observo risas mundanas,
esas bromas que no casan
con mis crianzas cristianas.
Su cuerpo estaba tan fuerte
de tanto hostigar al moro;
lo buscaba con frecuencia
y atacaba como un toro
¿Otra vez con las risitas?
con ustedes me incomodo,
no parece conocieran
las guerras de aquel periodo.
Mi marido era un infante
de las tropas del Onceno,
aquel Alfonso bilingüe
que en amores fuera obsceno.
En llegando primavera
el Rey llamaba a consejo,
convocando a sus señores
a la caza del conejo.
Y allí dejaba en Sevilla
en soledad los dos lechos,
soledad que compartía
esta casada en barbecho.
Y cuando tal sucedía
yo quedaba sin mi sueño,
y mis ojos se mojaban
viendo partir a mi dueño.
No menos de cuatro lunas
gastaban en el empeño
por las tierras de Algeciras
matando al gibraltareño.
Entra en escena un juglar bien
aderezado, portando un laúd.
Un juglar llegó al castillo
en una tarde dorada,
vestía librea de paño
con hebilla plateada.
Vi su cabello trenzado,
vilo desde la atalaya
porte esbelto, bien formado,
y por vestido una saya,
con el laúd en la mano
y en las piernas, una malla
Tiernos romances cantara
con bella voz aniñada,
habláranos de aventuras
y de nobles en cruzada.
En ese instante el juglar empieza a tañer su rabel y nosotros nuestros instrumentos. Tras él aparecen tres sirvientas con bandejas y viandas, danzando al ritmo del madrigal que está interpretando el juglar
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JUGLAR
Todos quieren a Sibila
en Jerusalén casar;
condes, duques y marqueses,
príncipes de casa real,
todos pretenden su mano,
su trono quieren gozar.
Pero Sibila no es libre
para decisión tomar,
su corazón ha elegido
y no se puede casar.
Presa de amor imposible
que a nadie puede contar,
su amor roza el sacrilegio,
no lo puede ni mirar:
es caballero templario,
sólo en Dios puede gozar”.
Vasen las sirvientas.
CATALINA
Y en acabando la cena
estando yo entusiasmada,
quise pedirle al oído
en mi alcoba ser cantada.
Que tocara mis tambores
que mi rabel lo probara,
le ofrecí mi chirimía.
¡Que todo me lo tocara!
JUGLAR
¡Deténgase, mi señora!
que yo en su alcoba no entrara,
que cuando toco en privado
solo la flauta tocara.
Vase el juglar ofendido.
CATALINA
Sin comprender el desaire
pasmada yo me quedara,
sin entender la querencia
que por la flauta mostrara.
Observo por sus sonrisas
que algo raro aquí pasara
y que en estas dos cuartetas
un misterio se guardara.
Agobiada por mi sino
con mi confesor yo hablara,
explicárele mis fuegos
y mis sudores contara.
Mi recuerdo por las noches
que mi marido llenara,
y le hablara del juglar
que mi ruego rechazara.
Hablele con inocencia
de tierna esposa dejada,
pidiérale su consejo.
¡Estaba desesperada!
Éntrase un sacerdote groseramente engordado a base de trapos.
CONFESOR
¡Por Dios, señora Condesa!,
esta charla es un tormento.
No me cuente sus sudores
con los leños me violento.
No me hable de juglares
que visten como romanas,
ni de sus noches dolientes,
ni de reyes con fulanas,
pues si sigue relatando
con sus historias mundanas
aquí tendremos dos fuegos
que harán tocar las campanas;
incendio que acabaría
con su honra y mis sotanas.
Volved a casa, condesa
cerrad puertas y ventanas,
que no os levanten infundios
como hicieron con Susana;
que aun a pesar de ser casta,
la acusaron de liviana.
Vase lentamente el confesor.
CATALINA
Buenas noticias llegaron
de los campos de Tarifa:
los cristianos arrasaron
a las tropas del califa.
Entran tres criados portando estandartes y simulando el trote de las caballerías.
TODOS
Ya vienen los mensajeros
avisando su llegada,
ya ondean los estandartes,
ya se acerca la mesnada
Preciosa bandera verde
con leños grises cercada,
con una torre en el centro,
con dos cuernos coronada.
CATALINA
Es el blasón de mi dueño
que ya traen en avanzada,
que una bruja me dijera:
«naciste predestinada».
Vuelven a escena los sirvientes.
Todos cantan y bailan.
Habrá leños en tu vida
que calentaran tu cama
y habrá cuernos a tu paso
que a los hombres adornaran.
Catalina te pusieron;
tu ingenuidad es cantada.
Repítese varias veces esta estrofa.
Tema: Romance de la ingenua Catalina
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