'' Desde mi trinchera'' Día 2.

21.03.2020 16:32

Desde mi trinchera

Día 2

Sábado 22/03

 

Desde mi trinchera

 

Día 2

Sábado 22/03

 

Esta mañana he ido temprano a comprar el pan. Compro mucho y lo congelo para toda la semana. Al salir de casa llovía suavemente, pero al volver había cesado la lluvia y unos rayos de sol se asomaban tímidamente entre la nubes. Caminaba de vuelta por unos callejones blancos y extrañamente solitarios que circundan las urbanizaciones de Santa Eufemia, y que a esa hora estaban silenciosos y ausentes. Una brisa fresca me golpeó la cara mientras llegaba hasta mí el olor de la primavera. El suelo estaba tupido de florecillas blancas que la lluvia había arrancado de unos naranjos orgullosamente verdes que por unos días eran los reyes de la calle y pude disfrutar por unos segundos en exclusiva de toda la fragancia del azahar. A lo lejos, el trino alegre de unos pájaros (probablemente mirlos que estaban afinando sus gargantas para cortejos cercanos) acompañaba mi solitario paseo. La belleza del momento me sobrecogió y me detuve. A pesar de estar prohibido (todo está prohibido), me detuve y disfruté de la intensidad del momento. Me puse a reflexionar.

¿Será todo esto que nos está sucediendo una broma macabra de la naturaleza para con los humanos? ¿Nos estará recordando la madre tierra que ella pude producir cuando quiera las plagas más horrendas, las explosiones más poderosas y los virus más letales; pero también, en paralelo, los colores más hermosos, las joyas más perfectas y los perfumes más embriagadores? Quizás nos esté diciendo que nosotros, los arrogantes humanos, también somos creación suya, una más, acaso la mejor en algunos aspectos (no en otros), y que estamos sometidos a sus leyes, y que en cualquier momento ella, la astuta e implacable Gea, nos manda avisos, como una madre que a veces es tierna y cariñosa, pero otras es dura y cruel, y nos indica cuál es nuestro sitio y nuestro papel en el orden cósmico.

Pero nosotros somos tan arrogantes que creemos que estos avisos periódicos que nos llegan (los mande ella o alguno de sus titanes) en realidad no son más que creaciones de los propios humanos; hemos llegado a convencernos de que somos capaces de alterar el curso de los astros, el ciclo de la vida en la naturaleza y el orden en el universo, y que nada sucede que no tenga que ver con nuestros méritos o nuestros pecados. Así, en el siglo XIV creímos que la terrible peste que asoló medio mundo no era más que un castigo de Dios (Gea ya había pasado a la historia por entonces) por nuestra impiedad, y por ello nuestros predecesores pretendieron acabar con la pandemia ofreciendo sacrificios (dolorosos en muchos casos, pues se flagelaban la espalda cada ocho horas) para ganarnos el perdón divino. Habría que ver las carcajadas en el Olimpo. Hoy, ya no hacemos eso (algunos), pero hacemos otras cosas. Por ejemplo, empezar a decir que este virus ha sido creación humana, como si la naturaleza por si solita no fuera capar de crear en sus laboratorios inagotables un bichejo diminuto que va saltando a lo loco de paciente en paciente sin otro fin que reproducirse eternamente a costa de nuestra salud. En otras pandemias hemos echado la culpa a los judíos o a los mongoles…  siempre a los extranjeros. Y hoy los unos dicen que esto ha sido cosa de los otros, y los otros dicen que de los unos; y en eso estamos, como en el siglo XIV o en el XVI.

Pero no, los virus son unos seres muy simplones que se mueven en la frontera de la vida y que existen en la tierra desde mucho antes que los humanos, y que seguramente seguirán existiendo cuando nosotros solo seamos un vago recuerdo. Solo nos necesitan para sobrevivir. Y hay que aceptarlo así y luchar contra él, con toda nuestra potencia y nuestro talento (que es mucho), con ese talento que nos ha dado la propia naturaleza para defendernos y sobrevivir a epidemias selectivas mucho más aterradoras y a catástrofes naturales indescriptibles. Y lo estamos haciendo. Y le vamos a vencer, porque la capacidad de la especie humana cuando trabaja unida es imparable. Pero esa victoria también formará parte del equilibrio de la naturaleza, porque la misma fuerza que nos ha dotado de esta inteligencia colectiva es la que nos manda los virus; y nuestra victoria será un canto a su orden y a su perfección.

Somos, formamos parte de la naturaleza, para lo bueno y para lo malo, lo queramos o no lo queramos, y mejor será asumirlo y no perder energías en discusiones estériles (algo muy humano, también) y centrarnos en vencer esta prueba que se nos plantea como especie (que es lo que en realidad somos).

Todas esas cosas pensaba cuando volvía a casa y me disponía a abrir la puerta con una mano enguantada, mientras en el cielo las nubes se habían vuelto a juntar y amenazaban con más lluvia y yo me disponía a pasar un nuevo día de confinamiento y los mirlos seguían cantando en copas lejanas.

¡Feliz día 2!

 

 

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